DE ADOLESCENTE:
Y así como
llegó, la escuela terminó, pasamos a la secundaria, empieza la adolescencia.
La primera
parte de mis andanzas colegiales son lo más parecido que podría suponerse a un
remake de bajo presupuesto de mis años de primaria, aunque con un cambio de
factores y actores, ya no estaba con la gente de mi barrio ni en la escuela de
mi madre, ahora eran compañeros y profesores extraños, aunque el ciclo de
comportamiento inicial fue el mismo, acoso, respuesta, retirada, aislamiento. Así por todo el primer año.
Para mi
segundo período algo cambió, me empecé a rebelar contra las reglas casi militares
de la institución educativa, me sentía reprimido, aplastado por el protocolo de
corbata y uniforme, de normas y limitaciones, si bien es cierto yo no
tenía propensión a romper las reglas si la tenía a cuestionar lo absurdo de
muchas de ellas. Llamaron a mi madre a una reunión donde le informaron que, a
pesar de mis excelentes resultados académicos, probablemente la disciplina del
colegio “no era adecuada para su hijo”, en pocas palabras fueron muy
diplomáticos para expulsarme.
Cambio de
colegio, y de historia, esta vez no pasaría lo mismo. Ingresé en mi nueva casa
de enseñanza haciendo mala cara desde el principio y dejando ver a todos que no
quería que se metieran conmigo. Para mi asombro la estrategia resulto un
rotundo éxito e, increíblemente, algunos compañeros empezaron a acercarse a mí
de una forma mucho más relajada, permitiéndome abrirme un poco más y establecer
lo más parecido a una relación amistosa con mis pares que había conocido en mi
vida.
Estas
relaciones me llevaron al desarrollo de lo que sería mi segunda estrategia para
afrontar el mundo, el humor, resulta que algunas de mis ideas de lo que sería
una broma o travesura juvenil, a pesar de ser poco comunes, llegaron a
parecerle muy divertidas a algunos de mis compañeros, quienes optaron por
llevarlas a su ejecución. A esas edades este tipo de cosas tienen ciertas
connotaciones respecto a tu papel en el grupo, si es que yo realmente tenía
alguno. Mis ocurrencias, ahora acompañadas por ácidos comentarios de tiente
humorístico, me dieron lo que podríamos considerar como una relativa
popularidad, la cual, aunque nunca llegó al establecimiento de verdaderas
amistades… o verdadera popularidad, me puso en un lugar totalmente desconocido
hasta entonces, podía vivir tranquilo sin necesidad de estar siempre a la
defensiva. Aunque siempre se dio algún hecho desagradable aislado, podría
afirmar que el final de la secundaria fue tranquilo y relativamente feliz,
mantuve mi lugar de diseñador de travesuras y ocurrencias y ellos me siguieron
aceptando por eso, aunque nunca llegamos a más.
Hace unos
meses, teniendo yo cincuenta y seis años, estaba con mi hijo de trece pasando
la tarde en la piscina de la casa y de repente, él me hizo una inesperada
pregunta: “Papi, quienes eran tus amigos y como eran las fiestas a las
que asistías cuando estabas en secundaria”. Los cielos se abrieron, la verdad
brilló en todo su esplendor, ahí frente a mi hijo, con más de cinco décadas de
transitar en este mundo, me di cuenta, por primera vez en mi vida, de que no tuve
verdaderos amigos en el colegio, de que nunca ninguno me invitó a su casa y de
que jamás asistí a una fiesta, vaya noticia!
Aquí deseo
apartarme un momento del relato de mi muy emocionante vida para una pequeña
reflexión, esto porque la etapa de la adolescencia es muy importante y puede
ser por mucho la más difícil para nosotros.
Los padres
de los aspies sueñan casi siempre con que su hijo se vuelva uno más del grupo
de compañeros del cole, lo siento si yo soy el que tengo que decirles que Santa
Claus no existe, pero la realidad es que eso jamás sucederá, ellos siempre
estarán un tanto o muy apartados, participando pasivamente en algunas
actividades que no le molesten y siendo el centro de atracción y de autoridad
cuando se trate de algunos de sus temas fuertes. Podrá inclusive ser sumamente
exitoso en su relación compañeros individuales con las que comparta algún y
podría crear vínculos con verdaderos amigos que incluso mantendrá toda su vida,
pero, parte del grupo, NO, empezando por que casi siempre estar en el grupo le
es mucho más molesto que agradable.
Pero no se
pongan tristes, hay soluciones, pero debemos saber buscarlas. Todo aspie tiene
grandes fortalezas en algunos campos concretos como la música, alguna otra
actividad artística o cultural o deportiva; si, ya sé que, según los expertos,
somos un desastre atléticamente hablando, pero eso no es cierto, somos pésimos
casi siempre en deportes grupales y “apañando la bolita” nos convertimos en un
acto de comedia tipo “Los tres Chiflados”, pero en deportes individuales, como
ciclismo, ping-pong, natación y otros, podemos ser sobresalientes. Busquen eso
precisamente, las fortalezas de sus “aspitos” e inscríbanlos en grupos
adecuados a dichas fortalezas, en mi caso mi hijo es tremendo músico, obvio que
está en una orquesta, ahí si es uno más del grupo y la razón es sencilla, el
vínculo de ser todos músicos y “hablar música” prevalece sobre sus diferencias,
así que, a buscar opciones.
Y volvamos
al escalofriante, emocionante e intrigante relato de mi adolescencia.
Alguien se
preguntará, y las chicas? cómo puede un tipo hablar de su adolescencia
sin chicas? pues eso si fue sencillo, nunca supe como acercarme a ellas, como
establecer conversación, como invitarlas a salir o simplemente como saludarlas
o siquiera volverlas a ver sin parecer un completo imbécil.
Pero, aunque
cueste creerlo, no me fue tan mal, por ahí tuve par de “noviecitas”, por
periodos ridículamente cortos, y algunas amigas muy cercanas, esto, según ellas
decían, porque les atraía mi supuesta inteligencia y les entretenían mis
disertaciones respecto a cualquier tema, sobre todo los más extraños e
inusuales, obviamente que al muy poco tiempo se aburrían de estar con un
muchacho que no asistía a fiestas, que casi no bailaba, en fin, que no se
comportaba como ningún otro tipo y me dejaban, supongo que la conclusión de mis
romances juveniles era totalmente predecible.
En esos años
también desarrollé lo que sería la verdadera pasión de mi vida, la música.
Crecí en los
sesentas, escuchando los éxitos de los cantantes juveniles del momento, César
Costa, Angélica María, Rocío Durcal, así como las bandas de moda, Beatles,
Rolling Stones y otros que escuchaban mis hermanas y sus amigos, esto en
conjunto con la Matancera, la Billo´s, los Churumbeles y las zarzuelas
españolas que escuchaba mi padre, de todo ese mosaico musical lo que captó mi
atención fue el rock, aunque en realidad, no me moría por estarlo escuchando.
Para el
final de la década empiezan a aparecer en la música rock trabajos musicales de
mayor profundidad que culminan en las grandes bandas progresivas europeas de la
época, Emerson, Lake & Palmer, Yes, Genesis, Jethro Tull, Premiata Forneria
Marconi y muchos más, nombres que a la mayoría les parecen raros y
desconocidos, pero que tuvieron una época gloriosa desde el punto de vista
musical. Estas bandas se caracterizaban por hacer música de altísima
complejidad, con estructuras e instrumentaciones tremendas que diferían en
absolutamente todo de la musiquita fácil de la radio. Esas obras captaron de inmediato
mi atención, me fascinaba sentarme por interminables horas a escucharlas y
analizarlas una y otra vez, encontrando siempre nuevos elementos de interés.
También por esos días empecé a interesarme en la música académica, en pocas
palabras, me apasiona la música compleja.
Obviamente
yo quería ser músico, pero ni idea tenía de cómo hacerlo, es así como, a pesar
de no desearlo realmente, me encuentro de un momento a otro estudiando leyes en
la universidad.
En aquel
ambiente insoportable para mí, de gente que iba y venía, donde escuchabas desde
las ideas más coherentes hasta las idioteces más absurdas, donde la telaraña
social dominaba la vida de todos con una complejidad digna de cualquier
culebrón televisivo, me encuentro con un reducido grupo de personas que se
identificaba con mi música. Eso fue magia pura, de repente puedo decir que tuve
amigos por primera vez, algunos de los cuales perduran hasta hoy, ellos me
aceptaban a pesar de mis excentricidades, a pesar de que siempre parecía decir
lo más inadecuado, a pesar de mi crudísima forma de decir lo que no me
parecía, a pesar de no interesarme para nada las convenciones sociales, a pesar
de vestir lo que para muchos eran más harapos que ropa, a pesar que no los
acompañara siempre a los tumultos sociales universitarios y que cuando asistía
quería irme lo más pronto posible, en otras palabras, me aceptaban a pesar de
ser yo.
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